Durante mi último viaje a Europa, en el que visitamos diversas instituciones educativas de los países nórdicos, una de las cosas que más acaparó mi atención fue la preocupación gubernamental por el cuidado del medio ambiente y las políticas orientadas hacia un cambio de la matriz energética. Desde el plan de transporte sustentable de Helsinki (capital de Finlandia) para que en 10 años sus ciudadanos no usen automóviles, o la expansión de los parques eólicos en el Már Báltico, es evidente que el tránsito hacia las llamadas “energías limpias” es ya un proceso irreversible en el Viejo Continente.
Sin dudas, el mayor ejemplo de este replanteo energético es el de Alemania. El gobierno de Ángela Merkel decidió reestructurar su matriz energética y emprender una transición de los combustibles de origen fósil a las energías renovables (articulando en una sola red las energías eólica, solar, marítima, etc.) con el objetivo de reducir en un 40 por ciento las emisiones de dióxido de carbono (CO2) para el año 2020 y el 80 por ciento para 2050. Esta decisión no tiene precedentes, y sus resultados determinarán el decurso productivo de la Unión Europea en los próximos años. Es el mayor compromiso que haya tomado un país industrializado para mitigar los efectos del Cambio Climático.
Estos cambios se operan en un background ambiental que exige medidas de fondo. El año pasado se conoció que los niveles de CO2 -el principal gas del llamado efecto invernadero– superaron las 400 partes por millón (ppm) en la atmósfera por primera vez en la historia de la humanidad. Durante millones de años los niveles de dióxido de carbono jamás habían superado las 300 ppm. La luz de alarma fue encendida por el Mauna Loa Observatory (Hawaii, Estados Unidos) y fue materia de una profunda preocupación durante la última Cumbre de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (realizada en Varsovia a fines de 2013).
¿El ejemplo de una de las mayores potencias industriales también es válido para los países emergentes como el nuestro? ¿Cómo armonizar la necesidad de energía que demanda el complejo productivo y, al mismo tiempo, apostar al desarrollo de energías limpias para afrontar el Cambio Climático?
En la Argentina, como país emergente, también brega por alcanzar mayores niveles de industrialización, agregando valor al producto del trabajo de la gente. Por eso es necesario seguir avanzando para que nuestro país encauce cada vez más su proceso de crecimiento económico conforme a las políticas internacionales de adaptación y mitigación al Cambio Climático.
Es importante tener en cuenta que, dadas sus características naturales (geográficas, climáticas, etc.), nuestro país se encuentra entre los 10 países con mayor potencial para el desarrollo de energías renovables (eólica, solar, marina, etc.). Por ello, la generación de políticas de carácter estratégico orientadas a la diversificación de la matriz energética es fundamental. Es perentorio ampliar los alcances de la ley N° 25.019 de incentivo a las nuevas fuentes de energía renovables (modificada por la ley N° 26.190) la cual fija como objetivo lograr hasta 2016 una contribución de las energías renovables para cubrir el ocho por ciento del consumo de energía eléctrica nacional.
Todas las posibilidades para este recambio están abiertas para la Argentina. Diversificar nuestra matriz energética no sólo abre nuevos horizontes productivos, sino también políticos, sociales y económicos. Crear una nueva infraestructura orientada al autoabastecimiento energético sostenible implicaría la adopción de nuevos criterios en materia de políticas públicas, nuevos esquemas de inversión, la incorporación de nuevos saberes técnicos y la posibilidad de generar nuevas fuentes de trabajo. Es posible y además, necesario.*
Gustavo Álvarez
Director ejecutivo de la Red Internacional de Educación para el Trabajo (RIET)
* Artículo de opinión de Gustavo Álvarez publicado en «El Subsuelo de la Patria Valorado», en revista Caras y Caretas, edición de noviembre de 2014.